Mitología asturiana terrorífica

Xanas

El sol matutino bañaba con sus tímidos rayos las hojas de los abedules, cuyos rectos y blanquecinos troncos adornaban el paisaje camino a la fuente. Pronto el sonido del agua se hizo más audible y el olor a tierra húmeda impregnó el ambiente. El arrullo del agua fresca ahogaba lo que parecían voces humanas. ¿De mujer? Al salir del bosque de abedules las vi: tres bellas jóvenes de largos cabellos jugaban alegres en la fuente. ¡Las leyendas eran ciertas! Me miraron y sonrieron mientras me hacían gestos para que me acercara. ¡Qué hermosas y qué delicioso el aroma que desprendían a flores frescas!

Mitología asturiana terrorífica.

Caminé hacia ellas embelesado por el sonido de sus alegres risas y la belleza de sus rostros. Me encontraba a pocos pasos de ellas cuando me asaltó un olor distinto; un olor acre escondido bajo el aroma a flores. Cuanto más me acercaba más insoportable se hacía aquel hedor. Arrugué la nariz en un gesto involuntario de desagrado y dejé de caminar. En cuanto se percataron de mi incomodidad sus sonrisas desaparecieron. No me gustó el brillo ni la dureza con la que me miraban y quise retroceder, pero una mano de piel como la porcelana me agarró del brazo. Me quedé atontado mirando aquella delicada mano hasta que un terrible dolor me sobresaltó. La fuerza con la que aquellos finos dedos me aferraban era demoníaca, intenté zafarme pero era del todo imposible. La joven que me sujetaba soltó una carcajada abominable. Mi cuerpo no respondía y solo tuve fuerzas para gritar. Antes de que de mi garganta se pudiera escapar cualquier sonido, una mano fría me tapó la boca al tiempo que sentí un dolor punzante en el cuello y el brazo.
Aquellas que en un principio adoré por su irresistible belleza, me mordían divertidas con sus terribles bocas atestadas de dientes. Lo último que acertaron a ver mis ojos, fue mi sangre mezclándose con el agua de la fuente.

T. Huelga Bardo