Relato de la Velada Literaria

A continuación os dejo el relato que escribí especialmente para la Velada de Terror que ha tenido lugar en la Librería Cervantes el pasado 31 de octubre.

Espero que lo disfrutéis.

1614

Había sido llamado en relación a un asunto misterioso que no me fue del todo revelado, la carta que había llegado a mi residencia era escasa en detalles, pero por la forma en la que había sido escrita pronto la curiosidad nació en mí, y más aún cuando me percaté de quien la firmaba. A continuación podréis leerla por vosotros mismos:

«Eslovaquia septiembre de 1614

Querido señor Bohuslav, mando que escriban estas palabras con la esperanza de hacerle venir al Castillo. Los detalles le serán revelados en cuanto nos encontremos. Le estaré esperando, acuda con la mayor brevedad posible.

 Firmado: Sta. Darina.»

Darina, una de las doncellas más recientes de la Condesa, aunque no había tenido contacto directo con ella. La conocía por ser la sobrina de un buen amigo mío. Era extraño que se pusiese en contacto conmigo después de tanto tiempo, sobre todo teniendo en cuenta el gran revuelo que hacía unos cuatro años había rodeado al lugar en el que estaba empleada. A pesar de mi estatus, los asuntos de la más alta nobleza no estaban a mi alcance y a esto se unía el recelo a que sus incidentes familiares salieran a la luz. Por eso los juicios y los detalles más escabrosos se mantenían ocultos a los ojos del público. Seguía pensando en todo aquello acompañado del traqueteo incesante del coche que pude conseguir para viajar en Bratislava. El viaje era incómodo y largo pero quise averiguar lo que escondía aquella carta. Darina había mandado que se la escribieran, así que en parte ese sería uno de los principales motivos por los que no habría entrado en detalles.

—Señor, hemos llegado. En pocos minutos nos internaremos en las tierras que rodean al Castillo.

El cochero me apartó de mis pensamientos y meditaciones; y me dispuse a observar por la ventanilla con la esperanza de ver el Castillo. Sobre una colina aquella imponente construcción de solida piedra gris amenazaba a los visitantes que se atrevían a entrar en sus dominios. No me extrañaban lo más mínimo todas aquellas habladurías sobre la Condesa y el lugar, cualquiera que se acercase percibiría el aura de misterio de aquel lugar. El cielo grisáceo y la espesura verde de los alrededores reforzaban esta sensación.

—No debería entrometerme Señor, pero si solo una ínfima parte de lo que se cuenta fuese cierto…

—Tienes razón, no deberías entrometerte.

Llegábamos al fin a la entrada del edificio, para mi sorpresa nadie vino a darnos la bienvenida. Me apeé y di un pequeño paseo por delante de la formidable fachada.

—Bohuslav, que pronto has venido. Creí que nunca recibirías mi carta y que quizá no harías caso a los desvaríos de una sirvienta. —Una joven muchacha había salido del gran edificio por una maciza puerta de madera y se dirigía hacia nosotros, no había cambiado en absoluto.

—Darina, cuánto tiempo. Siendo hija de quien eres no podía simplemente ignorar tu petición.

—Antes de nada déjame que te invite a entrar, lamento que tenga que ser por el ala del servicio pero como podrás imaginar esta visita tuya no es oficial.

—Muchas gracias. Cualquier lugar donde pueda descansar y ponerme al abrigo de un pequeño fuego será bienvenido.

Sin más dilación entramos por una de las pequeñas puertas laterales que daba al ala donde hacían vida los empleados. Había bastante revuelo en aquella zona, multitud de personas iban de aquí para allá portando maletas y objetos de toda índole.

—Se marchan, los pocos que nos habíamos quedado se marchan. Quieren dejar esto atrás lo antes posible, algunos incluso creen que ahora los persigue algún tipo de maldición.

—Pero Darina, ¿es todo verdad? Lo que cuentan, lo que pude escuchar en Bratislava… ¿Acaso es cierto?

—Bohuslav, no sé qué es lo que sabes o lo que crees saber, pero todas tus preguntas hallarán respuesta  aquí  mismo. Antes de nada come un poco, mientras tanto iré a buscar a alguien que se ocupe del coche y de los caballos.

En la cocina me habían dejado un trozo de carne y pan. Todo estaba descuidado y sucio, si no fuese por el largo viaje que había hecho me hubiera planteado seriamente comerme aquello. Después de saciar un poco mi hambre y mientras esperaba decidí caminar por la estancia. Aquel lugar en otro tiempo debía de haber sido sublime, pero hoy todo tenía un aspecto decrépito. Por cada puerta que pasaba siempre encontraba lo mismo, gente nerviosa que parecía no importarle en absoluto mi presencia, personas que solo pensaban en una cosa: huir. Al final de uno de los pasillos que daba directo a la cocina, había una gran puerta de madera oscura, pesada y muy trabajada, la franqueé y detrás de ella me encontré con el amplio salón comedor. Aquel lugar no pertenecía ya a las estancias de los sirvientes, era obvio. Observé toda la estancia maravillándome con los muebles exquisitamente tallados, hasta que me tropecé con una mirada al fondo de la gran sala. Unos ojos impasibles pero penetrantes me observaban, faltos de brillo y vida. Permanecí un rato observando aquel enorme cuadro de la Condesa, y cuanto más me afanaba por descubrir algo bajo aquella mirada, más parecía crecer en mí una sensación de inquietud. Pero de pronto todo se volvió borroso y un vértigo se apoderó de mi cuerpo, ¿aquella pintura había dirigido sus ojos hacia mí? ¿Podía ser aquello posible?

—¿Inquietante verdad?

La voz de Darina hizo que diese un brinco y dejase de mirar aquel cuadro.

—Lo has mirado mucho más de lo que lo hace la mayoría de los que pasan por aquí. Siempre nos observa.

—Darina, creo que sufro los estragos de una imaginación desbordante y la aterradora historia que guardan estos muros no ayuda. Necesito que me cuentes que hago aquí.

—Sígueme, iremos a un sitio más tranquilo donde poder hablar.

La seguí a través de puertas y pasillos, hasta que llegamos a un pequeño despacho con dos butacones de piel y un pequeño hogar encendido.

—Siéntate cómodamente y escucha. —Llevaba unos papeles sobre las rodillas. —Esto que pondré a tu disposición, lo he encontrado recogiendo en una de las alas que ocupaba el servicio anterior de la Condesa. Nadie sabe que lo he encontrado, ni que tú lo leerás. Confío en ti porque has ayudado a mi padre y porque me fio de su criterio según sus propias palabras eres un hombre honesto y amable. Por eso y debido a mis escasos conocimientos de lectura te pido por favor que leas estos documentos. Los he intentado leer por encima y mucho me temo que entre estas hojas no hay nada bueno, pero lo más intrigante son algunos de los nombres que he podido distinguir. Si estamos ante unos documentos que puedan esclarecer los hechos que han tenido lugar en este castillo o si pueden señalar a más cómplices, solo tú puedes revelármelo aquí y ahora. En cuanto termines tu lectura decidiremos qué hacer con ellos.

Extendió su mano hacia mí con los papeles y comencé a leer:

1605

He decidido poner en práctica la escritura aprendida estos años junto a  la familia de la Condesa. Me veo en la obligación de hacer este ejercicio de caligrafía con la esperanza de que las palabras pongan fin a mi ansiedad y a la perturbación en la que está sumida mi mente.

Toda mi ascendencia ha servido de manera cercana a esta poderosa familia húngara. A mis padres se los llevaron las fiebres de este invierno, sus ancianos cuerpos no pudieron  soportarlo y por fin descansan en paz. Así fue como pasé a ser uno de los mayordomos más cercanos a la Condesa. Todo iba según lo previsto de forma tranquila y con estabilidad tanto en el castillo como en el condado. Hasta que un inesperado día tuvimos la terrible noticia de la repentina muerte del Conde lo que asoló los ánimos de todos en  el castillo. Su madre tuvo ciertas relaciones tensas con la Condesa lo que la llevó a abandonar el hogar que un día fuera de su primogénito. He ahí el comienzo de la locura: sucesos extraños y personajes de dudosa reputación rompieron el equilibrio del castillo. Gentes venidas de otros lugares de los que me atrevería a decir que fueron desterrados. Pero la más importante de entre todos ellos era una mujer, de mirada fiera y porte arrogante. No sabía qué era lo que hacían alrededor de la Condesa ni por qué se les permitía acceder libremente a todas las estancias. Nunca me dieron buena impresión y debido a mi educación tradicional las habladurías de las gentes involucradas en tratos con fuerzas oscuras no me parecían banalidades ni algo que tomarse a la ligera. En las espesuras que rodeaban al castillo y en el resto de las localidades se habían escuchado muchas leyendas acerca de los servidores del mal y de sus grotescas prácticas. Eso veía yo en todos ellos. Al principio pensé que quizás todo aquello era producto de mi mente provinciana, pero pronto descubrí lo mucho que me equivocaba…  Todo comenzó cuando a una parte del servicio nos trasladaron  a un ala distinta del castillo. Aquello me produjo cierta inquietud, nunca antes se nos había relegado de nuestras estancias habituales. Tras esto comenzó a verse menos a la Condesa por las estancias del castillo, solo los que aún vivían en la zona más cercana a sus aposentos eran los que tenían permiso para seguir sirviéndola. Por los pasillos a pleno día era habitual encontrarme más con sus extraños inquilinos que con ella. Las noches eran ruidosas y se oían pasos de numerosas personas y voces que reían y festejaba; este tipo de festejos se producían con mayor asiduidad cada vez. Algunas noches todos salían con máscaras a los jardines del castillo donde hacían extraños rituales y cánticos a la luz de la luna.  No me gustaba presenciar aquellas escenas por lo que evitaba en todo lo posible asomarme a las ventanas. Nadie se atrevía a hablar en voz alta de estos sucesos, simplemente nos dedicábamos a nuestras tareas. Pero una noche en la que no era capaz de sumergirme en un reconfortante sueño y mientras bajaba la larga escalinata que daba a la cocina, oí ruidos cerca de la entrada. Siempre me había faltado valor para acercarme lo suficiente como para poder ver qué era lo que hacían en esas interminables y ruidosas noches. Pero aquel día decidí saciar algo de mi curiosidad,  así que me acerqué a la puerta que separaba el ala del servicio del resto de las estancias oficiales, la empujé para desplazarla unos centímetros y poder ver. Nada, allí no había nada ni nadie, solo silencio. Pero entonces desde las sombras una forma humana se fue dirigiendo lentamente hacia mí, pronto estuvo lo suficientemente cerca de la luz que entraba por las ventanas como para distinguir de quien se trataba: aquel vestido escarlata, aquella figura enjuta, aquella mirada fiera, pertenecían a la actual mano derecha de la Condesa. Su expresión mientras se acercaba a mí era arrogante y siniestra, su sonrisa era una mezcla de repugnancia y burla. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca alargó su brazo hacía la zona del pasillo que estaba fuera de mi visión con violencia. Entonces vi que arrastraba a una joven por el pelo para acercármela. «¿Acaso quieres acabar como ella sirviente?» Su voz era sibilina y la forma en la que pronunciaba las palabras resultaba repulsiva. La joven que tenía aferrada por el pelo estaba atada y temblada de terror. No quise ver nada más y sin mediar palabra cerré la puerta y salí corriendo por el pasillo tan rápido como pude. Tras de mí oía las crueles carcajadas que emanaban de la garganta de aquella mujer. En cuanto hube llegado a mi habitación me encerré. Después de aquella noche temía sobre manera volver a encontrarme con ella. Pasaron los días, en el mismo ambiente infausto y tenso que se había instalado en aquel lugar. Dedicaba el mayor tiempo posible a mis quehaceres intentando no pensar en nada más, manteniendo a mi mente lo más ocupada posible. Pero el azar o la mala suerte quisieron que volviese a tropezarme con un nuevo suceso. Una tarde mientras me dedicaba a supervisar las ventanas de las estancias más alejadas y que más tiempo llevaban deshabitadas, oí como varias personas se acercaban hablando por el pasillo. Instintivamente me escondí en la primera habitación que tuve cerca. Y los vi pasar: era aquella arrogante mujer, pero esta vez iba acompañada de alguien a quien conocía muy bien, el párroco de la localidad. ¿Qué significaba aquello? Noches de locura, jóvenes secuestradas, desapariciones en la localidad, el servicio relegado y la Condesa ausente. Con todo aquello rondándome la cabeza hice acopio de todo el valor del que fui capaz. Debía descubrir que pasaba en aquel castillo o de lo contrario sería un cómplice más. Esa misma noche sin darme  tiempo para echarme atrás en mi empresa, abandoné mi habitación y me encaminé hacia una de las puertas que daban a la bodega. Conocía bien sus salidas ya que de niño solía jugar allí. Tras caminar unos metros bajo el castillo sabía que llegaría a una zona cercana al gran salón. Apenas oía mis pasos ya que mi respiración era agitada y más ruidosa de lo normal, al igual que los latidos de mi corazón. Seguí avanzando hasta que llegué a una puerta de madera. Desde el otro lado podía escuchar un conjunto de voces, todas al unísono.  No llegaba a descifrar de cuántas personas se trataba, pero me parecía que aún estaban lo suficientemente lejos, por lo que decidí atravesar aquella puerta y seguir avanzando. Así lo hice. Los cánticos eran ahora más audibles, sabía que si continuaba por ese camino pronto llegaría a una de las zonas más privadas bajo el castillo. Una gran escalera bajaba en espiral adentrándose cada vez más en la tierra, por allí se llegaba a las catacumbas de la familia. Sabía que aquel sitio estaba vetado para todo el servicio salvo orden expresa de la Condesa. Pero aun así continué, a medida que bajaba aquellas voces se acercaban. Pronto comenzaron a aparecer las primeras ventanas abiertas en la pared interna de las escaleras, por allí podría mirar a medida que bajaba y ver lo que sucedía en la parte más profunda de aquella subterránea construcción. Me acerqué a los barrotes fríos de aquellas aberturas y busqué con la mirada el fondo de aquella sombría galería. Pero todo lo que hoy recuerdo es una nube de estupor y terror, sudores fríos aun hoy recorren todo mi ser al recordar lo que mis ojos vieron aquel día entre las profundas y húmedas paredes excavadas en la tierra. Aquellos cánticos provenían de un numeroso grupo de personas que estaban dispuestas formando un círculo, rodeando algo que no acertaba a ver del todo, pues una especie de jaula colgante me tapaba la vista. Mientras intentaba distinguir qué era aquello que me impedía ver y lo que podía esconder, distinguí una figura que en una de las esquinas  tiraba de una cuerda.  Aquellos movimientos hicieron que la jaula ascendiera hacia dónde yo me encontraba. Pronto mis dudas se resolvieron, ya que a medida que aquella jaula se acercaba pude ver en su interior un cuerpo retorcido, maltrecho y ensangrentado, cuyos ojos se posaban en mí desorbitados y opacos. Pero por si esta visión no fuese lo suficientemente perturbadora, reparé en que los cánticos habían cesado y al bajar de nuevo la mirada, esta vez sin nada que la obstaculizase, pude verla, allí en el centro de la abominación. En el centro del círculo de personas había una gran bañera y dentro de ella mi Condesa se bañaba en el líquido escarlata que habían drenado con violencia y crueldad de aquella muchacha que colgaba sobre su cabeza. Algunos de los testigos de aquella infamia comenzaron a quitarse sus túnicas y hundían sus propias manos en el líquido oscuro de la bañera. Aun desbordado por  el horror y el estupor que sentía, reconocí entre ellos a gentes de la alta nobleza incluido su primo Jorge Thurzó, y al párroco de la localidad. No podía permanecer más allí, al menos por el bien de mi salud mental. Así pues, si hoy estoy escribiendo esto es porque logré salir de allí y recomponerme en la medida de lo posible, para dejar constancia, a la luz de esta tenue vela, de todo cuanto vi aquel abyecto día. Espero que este escrito algún día llegue a manos de quien pueda frenar los horrores que aquí se están cometiendo.”

Levanté la vista de aquellos papeles malditos y miré a Darina a los ojos.

—¿Entiendes ahora por qué hice que vinieras? Me temía lo que estos papeles pudieran esconder. Aunque mis suposiciones eran más benevolentes. Bohuslav, debes marcharte y poner en conocimiento de un letrado todos estos papeles, en ellos como ves aparecen nombres de la más alta nobleza que no han sido ajusticiados y desvelan también las atrocidades de la Condesa. Este escrito debe ser conservado por el resto de los siglos, para que el nombre de esta gran familia sea conocido por lo que en realidad fueron…

—Aun no he podido asimilar lo que ahora mismo acabo de leer. ¿Cómo es posible?

—Bohuslav, debes reponerte. Tienes que dar parte de todo esto cuanto antes. ¿Podrás salir esta misma noche?

Oía la voz de Darina lejana, mi mente estaba repleta de torturas y sucesos abominables. En aquel mismo castillo donde me encontraba se habían cometido horrores indescriptibles.

—Saldré ahora mismo, iré de vuelta a Bratislava, allí tengo un buen amigo letrado que podrá atenderme. Darina, ¿vendrás conmigo?

—Me quedaré a ayudar a los demás, no puedo abandonarlos en esta situación. Lo importante son los escritos. A mí en este lugar no me pasará nada, el mal ha muerto entre estas mismas paredes hace escasamente un mes.

No nos detuvimos mucho tiempo en preparar mi viaje de vuelta, era de vital importancia poner aquellos papeles a buen recaudo y en conocimiento de hombres de ley. Nada me retenía en aquel lugar. Así que tras despedirme de Darina volví al coche en el que había llegado. Desgraciadamente la tarde caía lenta y mortalmente sobre nosotros. No sería un viaje de regreso apacible ya que la oscuridad de aquellos sombríos y lúgubres bosques era más evidente ahora que conocía la verdad. El aire era húmedo y una leve neblina parecía querer alcanzarnos. Intenté guardar la calma, convenciéndome a mí mismo de que aquellos relatos habían pertenecido al pasado de aquellas tierras. Hoy nada podía impedir que se hiciera justicia sobre aquella familia.

—¡Cochero! ¿Se puede saber por qué nos paramos? —Pero nadie contestó. Sin embargo el coche pareció sufrir una leve sacudida, los caballos estaban agitados y nerviosos. Entonces echaron a correr pero alguien los había desatado del coche y solo sus cascos se oyeron en la lejanía del bosque. Intentaba ver por las ventanillas pero no había nada que ver, salvo la entrada de la noche. Mi respiración acelerada y ruidosa no me permitía concentrarme en los sonidos que provenían del exterior del coche. De pronto unos golpeteos me hicieron dar un brinco en mi asiento: alguien llamaba a la portezuela del coche. Unos segundos después el golpeteo cesó. Mi cuerpo se negaba a reaccionar y la idea de acercarme a la puerta era del todo descabellada. Pero antes de que me diese tiempo a recobrar el sentido vi como la pequeña puerta con cortinas salía disparada y arrancada de sus bisagras hacía el bosque que rodeaba el camino, el sonido que produjo al chocar contra uno de los árboles fue estruendoso, ante aquel inexplicable y violento acto apenas pude articular ni un leve grito. Todo a mi alrededor parecía dar vueltas, temblaba sin remedio y notaba mi cuerpo agarrotado contra el asiento aterciopelado. Entonces con la mirada desorbitada y horrorizado por tan grotesca escena, la vi: venía hacia mí la mujer del cuadro, la cruel señora del castillo, vestida de color carmesí, con una mirada cruel y fría en el rostro pálido y sombrío. Mi cuerpo no reaccionaba mientras ella continuaba acercándose a mi coche con una mano huesuda y grisácea que extendía hacía mí. Instintivamente cerré mis ojos ante aquella espantosa visión. Tras el dolor sobrevino la oscuridad y aún hoy sigo atrapado en estas tierras sombrías y húmedas esperando mi liberación, mientras miro con recelo aquella imponente construcción de solida piedra gris. Dónde la Condesa sigue escondida tras su muerte a la espera de más víctimas a las que desangrar. Las desapariciones en estas tierras no han terminado ni terminarán.

 

T. Huelga Bardo

 

Velada Literaria Tazones

Con motivo de la velada literaria organizada por Ediciones Camelot en Tazones (Asturias), cuya temática era histórica debido al desembarco en esta zona de Carlos V, debíamos leer todos los participantes un relato o poema enmarcado en el siglo XVI. Gracias a ello pude escuchar muchos y muy buenos relatos y poemas de mis colegas de editorial.

Parte de la familia Camelot

En un principio el acto sería a bordo de la Nao Victoria pero como el Cantábrico es indomable, la tuvieron que retirar del puerto y nos trasladaron al edificio de la Cofradía de pescadores, el lugar no decepcionó ya que pudimos tener como sonido ambiente el rugido del mar.

 

A continuación os dejo el relato que preparé para la ocasión, espero que os guste:

Aún hoy siento en mí, el eterno balanceo, el chirriar de los mástiles y las lámparas colgantes. En cuanto pisé tierra recé por haber conseguido llegar  sano y salvo junto con mis hermanos. Cumplíamos así la primera etapa de nuestra sagrada misión en aquella basta y extensa tierra, repleta de un exuberante y aterrador verde, de árboles gigantes y exóticos que se apretujan entre ellos en busca de un poco de tierra y luz.

Los hombres que nos acogieron eran todo menos gentiles, la hostilidad en la que habían estado viviendo los había marcado de por vida. Atrás habían quedado aquellos primeros momentos de euforia por el descubrimiento de aquel terreno desconocido y virgen. Ahora de aquellos hombres valerosos, héroes de nuestro Rey y Emperador Carlos V, solo quedaba la violencia y la vileza ensalzada por aquellos que lejos de sus hogares se creen dueños y señores de todo cuanto ven. Rumores de esta enfermedad que achacaba a los españoles en el Nuevo Mundo, me habían llegado ya, pues no éramos los primeros hermanos que arribaban a estas fieras costas. Y algunos de ellos regresaron a la gran patria cuanto menos afligidos y consternados. En el momento de mi partida se respiraban aires de cambio, las discusiones acerca de los indios y su consideración de criaturas de Dios estaban a la orden del día. Por eso y por mi amor a la Santa Iglesia pedí que se me permitiera embarcar. Una decisión que me pesará para el resto de mi existencia. Ruego a Dios que bajo su manto encuentre el descanso eterno algún día, pues no solo a los horrores de los hombres me he tenido que enfrenar. Ya que en esta tierra inhóspita habitan seres malvados y tan extraños que mis conocimientos y mi fe no pueden dar explicación.

Comenzaré relatando el mismo día de los hechos para no extenderme en relatos sangrientos de tortura y vejación de los españoles hacía los indios. Ese episodio de mi viaje está a buen recaudo con la esperanza de que algún día llegue a oídos de nuestra Majestad el Rey, quien a buen seguro pondrá fin a esta barbarie cometida en nombre de la Corona, del Imperio y de Dios. Mi otra historia, espero que no vea la luz, ya que temo que se me pueda tachar de demente y que mis relatos sobre las desgracias de los indios se vean perjudicados. Sin más dilaciones expondré mi encontronazo con el mal más primitivo que habita en el Nuevo Mundo.

Tratábase de una tarde como otra cualquiera, salvo por el estado de ánimo de los soldados, quienes parecían más interesados que de costumbre en humillar a los pocos indios que nos quedaban. Así en un momento dado un soldado arremetió a golpes y puntapiés contra un indio que por allí pasaba. Éste, al verse tan salvajemente agredido huyó internándose entre la espesura de grandes y grotescas plantas. Exhorté al soldado de que fuese yo quien lo trajera de vuelta para evitar males mayores. Corrí en lo que me parecía la misma dirección que el joven pero no lo vi. Comencé a aminorar el paso, intentando fijarme más en la totalidad del laberinto verde y oscuro que me rodeaba, pero seguía sin distinguir a ningún hombre. No quería darme por vencido, pero con el paso del tiempo un terror se apoderó de mí, un temor visceral. Volví la mirada con la esperanza de saber volver sobre mis propios pasos. El corazón me retumbaba en el pecho y buscando consuelo recé, al principio susurrante y cada vez más alto. El sonido de aquellas palabras calmaba mi alma. Y entonces sin previo aviso, como siempre en aquel lugar comenzó a llover de forma rápida y copiosa. Una neblina de agua me imposibilitaba ver, pero allí estaba inquietante y oscura, una boca de piedra abierta en la tierra. Una cueva se abría ante mí, sin pensármelo demasiado acudí  a su refugio. Era amplia, llena de hierbas y plantas que colgaban tapizando las paredes. Y entonces me percaté de un leve destello que provenía de una esquina en la parte más interna de la cueva. Una gruta más estrecha se abría en aquel lugar. Pensé que el indio podía haberse escondido allí, así que me adentré, pero fuera se quedaron Dios y su Santa Iglesia, aunque yo eso no lo sabía. El interior parecía haber sido trabajado, tenía el ancho y la altura de un hombre. En algunos puntos había pequeñas antorchas encendidas. Por ellas me guié y me adentré en las entrañas de la tierra. Llegué a un punto donde las luces de las antorchas finalizaron. Movido por mi valentía, mi fe o por insensatez decidí coger la última antorcha encendida y continuar. En ese momento comenzaron los susurros, insistentes como cánticos. Mi piel se había erizado, temblaba mi cuerpo y mis pies dejaron de pisar tierra para tropezar con algo más blando y extraño, que cedía bajo mi peso. Bajé la antorcha para ayudar a mis ojos y unas falanges aparecieron al contacto con la luz. En mi terror y desconcierto solo vi un brazo tirado en el suelo y algunos restos más de huesos. No quise ver más y en mi huida atropellada, y bajo el influjo del más absoluto terror, distinguí una imponente estatua de piedra terrible y mórbida, de vivos colores y rostro siniestro. Por todos lados mi antorcha hacía aparecer sendos dibujos por toda la estancia en la que me encontraba. Imploré protección y misericordia a Dios. Pero mis ruegos se vieron ahogados por una mano que me aferraba la boca. Entonces el indio me susurró, con un hilo de voz arrastrando con su aliento cada sílaba: Xibalba.